La ofensiva patronal europea y los trabajadores

                LA OFENSIVA PATRONAL EUROPEA  Y LOS TRABAJADORES.


 (Publicado en el periódico "Contramarcha", órgano de la sección sindical de Solidaridad Obrera en el Metro de Madrid, número 67)


                En estos últimos años de  crisis hemos vivido una ofensiva decidida de la patronal sobre todas las conquistas de la clase trabajadora. Manteniendo la tesis de la “devaluación interna”, en un contexto de muy débil y fluctuante recuperación que más parece el efecto de nuevas mini-burbujas prontas a estallar  que el inicio real de un nuevo ciclo de acumulación sostenido, por limitado que sea, la dirigencia política y social de la Unión Europea nos arrastra a más profundas pérdidas de derechos y condiciones de vida.
De hecho, un 24,4 % de la población europea se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión, y en la mismísima Alemania, que se nos pone como ejemplo,  la tasa de personas con relaciones laborales precarias, que en el año 2000 suponía el 18,5 % de la población activa por cuenta ajena, en el 2010 había ascendido al 22,5 % (7,5 millones de personas), un 25 % si se incluyera en la estadística a los estudiantes de Formación Profesional dual, y sigue subiendo.
                Sólo hay que ver la retahíla de reformas laborales implementadas en los últimos años en el conjunto del espacio de la Unión, siguiendo fielmente las indicaciones de las recomendaciones de la Comisión y los Memorándums redactados para los espacios periféricos del Sur. La idea es avanzar hacia “una segunda fase de la agenda de la flexiguridad”, como afirma la “Estrategia Europea para el Empleo 2020”, que, como la primera (y ya lo adelantamos algunos en su momento), se olvidará bien pronto del aspecto securitario respecto de los trabajadores y se centrará en la flexibilidad, en este caso en cuanto a las condiciones de desempeño de la actividad laboral (horarios, funciones, etc.), pretendiendo “gestionar las transiciones en el mercado de trabajo” (es decir, la  situación  de temporalidad e inseguridad real ). Un ejemplo palmario de esto es la reforma laboral portuguesa, que instituyó una bolsa de 150 horas anuales sobre la jornada ordinaria, no retribuidas como extras, por cada trabajador, a plena disposición de la empresa con total “flexibilidad”, así como disminuyó las vacaciones y festivos.
                Entre otras cosas, las reformas han trasladado los costes empresariales al conjunto de la ciudadanía, por la vía de reducir las cotizaciones sociales y aumentar correlativamente el IVA, como ha sucedido en Alemania y Hungría; se ha sostenido la devaluación salarial, por la vía de revisar o suspender la indexación de los salarios (como en Malta, Chipre, España o Luxemburgo), o por medio de acuerdos con los sindicatos burocráticos (como en Italia) o mediante la pura imposición gubernativa (como en Bélgica, donde el Ejecutivo estableció un margen máximo de evolución de los costes laborales del 0 % para 2013 y 2014);  y se ha congelado el salario de los empleados públicos (Italia, Países Bajos, Portugal), o directamente recortado (España, Chipre, Grecia, Croacia, Irlanda y Eslovenia).
                También se ha generado todo una nueva “zona gris” entre trabajo y formación, donde los derechos laborales y de Seguridad Social no rigen en toda su amplitud, provocando desigualdad y precarización y acostumbrando a las nuevas generaciones a la idea del desempeño laboral  sin retribución suficiente,  favoreciendo los períodos de prácticas para jóvenes  como en Bélgica, República Checa y Portugal, o los contratos de aprendizaje, como en Dinamarca, Grecia, España, Finlandia, Hungría, Italia, Portugal, Suecia y Reino Unido.  Una “zona gris” gracias a la cual  las empresas son generosamente subvencionadas por todos los contribuyentes, como en la República Checa, donde los períodos de prácticas son financiados por el Fondo Social Europeo, en el caso de titulados universitarios y personas sin experiencia laboral, todo ello mientras se realizan grandes recortes en el sistema educativo público de la gran mayoría de los países periféricos de la Unión.
                También se avanza en la privatización de los servicios de empleo y orientación profesional, como en España y Portugal, donde se ha favorecido la actuación de las “agencias privadas de colocación”, en Lituania, donde se han introducido “vales de formación” que permiten a los solicitantes de empleo “elegir” donde se forman, o en Irlanda, donde la iniciativa Job Path  introduce a contratistas privados para prestar “asistencia” a los parados.
                En este contexto abrumador, la patronal española sigue pidiendo más: la CEOE afirma que ahora quiere período de prueba de un año para todos los contratos, posibilidad de transformar los contratos a jornada completa en parciales, rebaja de las cotizaciones sociales, entre muchas otras cosas;  y el Gobierno responde estableciendo facilidades de despido para los empleados públicos en la norma en la que se establece el aforamiento del nuevo Rey.
                ¿Hace falta seguir? Mientras la izquierda social se dedica a las discusiones personalistas y a los oropeles mediáticos y se aficiona a discutir sobre la actualidad más brillante, determinada por las grandes productoras audiovisuales, la clase trabajadora carga con el peso de la crisis, día a día, hora tras hora, desde la precariedad, el paro, los recortes, o la formación-empleo.
                Entendámonos: los trabajadores y las trabajadoras, por supuesto, tienen que participar activamente en el proceso de democratización  general de la sociedad, junto a muchos otros sectores sociales, no hay duda; pero tienen que hacerlo con una fuerza propia y un discurso específico, manteniendo su esfera particular de organización y reflexión, para que sus intereses no se vean siempre preteridos. No vaya a ser que, al final, construyamos una “nueva democracia”, sin “puertas giratorias” ni monarca, pero con flexibilidad laboral acrecentada. Una República que constituya una simple plataforma renovada para generar un espacio “friendly” para las “maquilas” de la Europa de las transnacionales.
                La clase trabajadora tiene que tener una voz propia, más allá de las brumas mediáticas, de las alianzas necesarias, y de las falacias sobre su supuesta “desaparición”. A ella misma le toca generarla.


                José Luis Carretero Miramar.










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